Las más de 12 706 mutaciones del SARS-CoV-2 registradas hasta el momento no generan una preocupación excesiva, pero su control debe ser estricto de cara a las vacunas.
En 1977, el matrimonio formado por los inmunólogos Peter y Jane Brian Medawar, señalaron que un virus es “simplemente una mala noticia envuelta en proteínas”. Esta repetida definición se hizo realidad a principios del mes diciembre de 2019 cuando China notificaba los primeros casos de una neumonía, en la provincia de Wuhan, de comportamiento y agresividad diferentes al de las anteriormente conocidas. Salía a escena otro virus, un coronavirus diferente a los anteriormente conocidos: el SARS-CoV-2, causante de la COVID-19 y de la pandemia que actualmente azota al mundo.
Su primer genoma se obtuvo en Wuhan, a finales de diciembre de 2019. A medida que ha ido infectando y pasando de persona a persona, este coronavirus -al igual que el resto de virus-, replica y muta, un fenómeno que ‘puso en guardia’ a la comunidad científica desde el primer momento. Las secuenciaciones masivas del genoma de este virus, al que compararon con otros, han comprobado que, a medida que pasa de persona a persona y como ocurre con todos los virus de ARN (ácido ribonucleico), muta rápidamente.
Las primeras sospechas las lanzaron David Montefiori, de la Universidad de Duke en Durham, Estados Unidos, y Bette Korber, del Laboratorio Nacional de Los Álamos, en México, al detectar una mutación situada en el gen que codifica la proteína de pico o ‘Spike’ y que aparecía una y otra vez en muestras de personas con la COVID-19: en la posición del aminoácido 614 de la proteína de pico, el aminoácido aspartato (D, en abreviatura bioquímica) estaba siendo reemplazado regularmente por glicina (G). Los virólogos la llamaron mutación D614G y se convirtió rápidamente en el linaje dominante del SARS-CoV-2 en Europa -algunos localizan su origen en España-, afianzándose después en los Estados Unidos, Canadá y Australia.
D614G representaba una “forma más transmisible de SARS-CoV-2”, haciendo saltar las alarmas mundiales ante la posibilidad de que esas mutaciones no sólo fueran más agresivas sino que, además, pusieran en peligro los ensayos que sobre vacunas ya empezaban a desarrollarse.
Observaciones posteriores
Sin embargo, múltiples estudios de la comunidad científica, como el publicado en el mes de noviembre en Science, concluyeron que la mutación de la cepa D614G surgida en Europa es ahora la más frecuente en el mundo, se replica más rápidamente, no es más grave y es más sensible a la acción de anticuerpos, resultados coincidentes con los de Erik Volz, del Imperial College de Londres, y recogidos en Cell, sobre los efectos de esta mutación en la transmisibilidad y patogenicidad: los pacientes infectados con la variante ‘Spike’ 614G, en comparación con la variante 614D, no tienen una mayor mortalidad o gravedad clínica por la COVID-19, aunque sí se asocia con una carga viral más elevada, facilitando la transmisión, entre personas más jóvenes.
El refuerzo a estos trabajos se produjo el miércoles 25 de noviembre con los datos recogidos hasta el mes de julio de un nuevo trabajo de Nature Communications en el que Lucy Van Dorp y Francois Balloux, del Instituto de Genética del Colegio Universitario de Londres, comprueban que ninguna de las mutaciones actualmente documentadas en el virus SARS-CoV-2 parece aumentar su transmisibilidad en los seres humanos. Se ha analizado el genoma de los virus de más de 46 000 personas con la COVID-19 de 99 países.
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