Estudian coronavirus, pero también flavivirus, filovirus y arenavirus. Sus avances permiten estar lo más preparado posible ante lo impredecible.
Antes de que todos supiéramos lo que es un coronavirus, había científicos que llevaban décadas investigándolos. Otros se centraban en patógenos, en muchos casos virus zoonóticos, que en cualquier momento pueden encontrar la llave para entrar en el organismo humano. Ya el término que los engloba, “emergentes”, denota sobresalto.
La labor de estos científicos, que la pandemia ha situado en un primer plano, se reconoce en la serie #Admirables de entrevistas y reportajes que publican Diario Médico y Correo Farmacéutico en homenaje a los profesionales sanitarios.
En lo últimos años hemos asistido a lo que ha parecido un ensayo general de esta pandemia: primero el síndrome respiratorio agudo grave (SARS) y más tarde, el síndrome respiratorio del Medio Oriente (MERS). Algunos nos han advertido sobre la posibilidad de que surgiera una plaga, alimentada por factores tan bien conocidos como los viajes en avión y el cambio climático. La comunidad científica internacional dedicada a los coronavirus, entre la que se encuentra el Laboratorio que codirigen Luis Enjuanes e Isabel Sola en el Centro Nacional de Biotecnología (CNB-CSIC), era consciente de que esto podía ocurrir.
Así lo afirma la viróloga Sonia Zúñiga, investigadora en este laboratorio. No obstante, pese a los avisos, reconoce que el virus de la COVID “nos sorprendió con esa característica tan suya de no causar enfermedad en muchos infectados, lo que hace que se disemine como la pólvora y que haya sido tan complicado controlarlo”.
Con el SARS-CoV, en 2003, todos los pacientes infectados se ponían enfermos y enseguida se identificó el hospedador animal intermedio; esto ayudó a interrumpir la cadena de transmisión. En el MERs-CoV, la transmisión se produce de camellos a humanos y, de momento, parece difícil entre humanos, aunque “es un virus que aún no está controlado y tiene una alta tasa de mortalidad (35 %)”. La labor desarrollada durante décadas en este y otros laboratorios ha permitido disponer de herramientas y de protocolos de trabajo para el estudio del SARS-CoV-2 -“de los que también se han beneficiado otros grupos que ahora se han incorporado a este campo”- y ponerles en el disparadero hacia una vacuna contra la infección utilizando replicones de ARN derivados del genoma vírico. Todo ese trabajo previo “nos sirve ahora para avanzar sobre seguro”, pero Zúñiga es prudente y matiza que “esto es ciencia y puede ocurrir que las ideas sobre las que partías no funcionen”. Lo importante que nos enseña esta pandemia, continúa, es que “hay que mantener una base mínima de investigación y de alerta; si no, es muy difícil despegar”.
El MERS-CoV se encontraba entre los patógenos virales considerados por la Organización Mundial de la Salud como prioritarios en investigación por su potencial peligro para la humanidad. Otros miembros de esa lista de pesadilla son el virus de Ébola, Zika y Lassa. Este último es el que motivó hace veinte años al virólogo Antonio Tenorio a poner en marcha el Laboratorio de Referencia de Arbovirus en el Centro Nacional de Microbiología (Instituto de Salud Carlos III). Empezaron con un pequeño proyecto para desarrollar técnicas de detección de los arbovirus, “toda una rareza en España entonces”. Por entonces se detectaron “cuatro casos de la fiebre de Lassa importada en Europa; también se produjo un brote del virus del Nilo Occidental en el sur de Francia; pensamos que si había llegado ahí bien podía terminar en España”.
Entre las primeras actuaciones de este equipo científico estuvo elaborar un manual de vigilancia y control de fiebres hemorrágicas víricas, con la ayuda de colegas europeos. “Fue calando en el Ministerio, que finalmente asumió el manual y lo ha ido adaptando”, recuerda el científico (ahora de baja). Tenía claro que un laboratorio de estas características debía asentarse sobre el trabajo de salud pública y la filosofía de One Health, un concepto que engloba la interrelación de la salud de personas, animales y medio ambiente. Ahora ya no choca, pero al principio, Tenorio escuchó algún reproche de sus jefes porque se dedicaba a investigar en virus de vectores animales y no de humanos. “Al margen de los canales oficiales, siempre hemos tenido una buena conexión con los laboratorios veterinarios y entomológicos”.
Sonia Zúñiga: “Para nosotros, el coronavirus no es una moda; seguiremos estudiándolo, al acabar la pandemia”.
Desde entonces, comenta la actual directora del Laboratorio de Arbovirus, María Paz Sánchez-Seco, los virus transmitidos por artrópodos se han extendido mucho. “Es el caso del virus Zika, para el que muchos hospitales de nuestro país ya tienen herramientas de diagnóstico. Y los que no, pueden enviarnos muestras”. Sánchez-Seco recuerda que “además de la investigación, una parte importante de nuestro trabajo es ofrecer un servicio al sistema nacional de salud, mediante el desarrollo de metodología para realizar el diagnóstico” de arbovirus (virus transmitidos por artrópodo) y de otros virus emergentes (transmitidos por roedores, por reservorio). “Funcionamos como laboratorio nacional de referencia para estos virus; por ejemplo, con los casos de infección por el virus West Nile que se han detectado este año; los de fiebre hemorrágica de Crimea-Congo, o los primeros casos de dengue autóctonos”. Son tres investigadoras, entre las que se encuentra Sánchez-Seco, y apenas tres técnicas de laboratorio (una de ellas acaba de finalizar su contrato) para un tipo de enfermedades que en los últimos años ha crecido exponencialmente. “Se acuerdan de nosotros, sobre todo, cuando hay un problema. Es algo habitual, como se ha visto con la COVID”.
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