Cuando la cura lleva por nombre Rosendo Sánchez



Uno de los recuerdos que no olvidamos de cuando éramos niños son las visitas al médico: las veces que tuvimos que llorar por una herida, una inyección, un ingreso en una sala de hospital, un hueso roto, una sutura o cualquier síntoma de dolor que nos llevara a un centro asistencial.

Estos hechos, generalmente, nada guardan de felicidad, al contrario, siempre que lo pensamos traen consigo casi la sensación del mismo malestar; sin embargo, allá por los finales de la década del ´50 y principios de la del ´60, hubo un pequeño que no le temía llegar a las consultas del doctor Tosca, aquel hombre que antes de examinar al inocente, conversaba con él e intentaba endulzar hasta el alma con unos caramelos.

Del mismo modo y con la misma ternura habla hoy, más de medio siglo después, sobre la paciencia, ternura y complicidad de la enfermera Eulalia, ella, al igual que el doctor Tosca quedaron en el imaginario del niño como personas muy adecuadas y correctas que despertaron en él la motivación por la Medicina.

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