Tras ser diagnosticado de una enfermedad, máxime si es crónica o terminal, cualquier individuo puede pensar que tendrá muchas limitaciones o que sus días están contados. A la mente llegan en ráfagas millones de preguntas y empiezan a despertarse de forma incontrolada emociones negativas: negación, rabia, ira, el dolor… Entonces la tristeza y el abatimiento inundan a la persona.
Eso es normal y no tienes por qué alarmarte si es así, lo importante es la actitud que adoptes pasada esa fase inicial. Esta es la diferencia que marcará la diferencia, así coinciden los especialistas en Psicología.
Los expertos de la Sociedad Anticancerosa de Venezuela plantean que el optimismo y la esperanza son dos emociones fundamentales que nos sirven de herramientas para luchar contra la enfermedad.
“El optimismo es un estado de ánimo que provee fortaleza y autoconfianza, que nos inspira a luchar y a tener la seguridad de que podemos lograr lo que nos proponemos.
“La esperanza, más que un estado de ánimo, es un sentimiento positivo que percibimos los seres humanos cuando tenemos la certeza de que las cosas van a salirnos bien”.
A partir de un proceso de consulta de investigaciones científicas sobre el rol del optimismo como predictor de sobrevida en poblaciones de pacientes con cáncer, los especialistas de la Sociedad plantean y citan que la actitud positiva “mejora la depresión causada por contratiempos favoreciendo el rendimiento laboral y la salud física (…) Puede favorecer la adhesión de los tratamientos y quienes eviten depresiones reactivas logran en casos curables menores tasas de recaídas y en cánceres de mal pronóstico, sobrevidas mayores y mejor calidad de vida”.
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