La terapia ha formado parte de la rutina semanal de Katerina Kelly desde la escuela primaria, cuando un profesor sugirió este tipo de consulta para la niña de 8 años.
En ese momento, el autismo de Katerina afectaba su capacidad para gestionar el tiempo, tomar decisiones y socializar. Y durante muchos años, el terapeuta pareció ser útil. Pero, cuando entró a la universidad, las cosas cambiaron.
“Siempre salía de la terapia sintiéndome peor que al principio, o insensible”, dijo Kelly, de 29 años, quien vive en Natick, Massachusetts, y utiliza los pronombres elle/elles.
Las habilidades que el terapeuta de Kelly le había enseñado en la infancia no se traducían tan bien ahora que era mayor. En otras palabras, se había estancado: la terapia y el terapeuta no estaban produciendo los resultados deseados.
Leer noticias en Infobae