Según el DSM, el que quizás sea el manual psiquiátrico de referencia, no he sido del todo exacto en los párrafos anteriores. Ansiedad y miedo son cosas clínicamente diferentes. La ansiedad se diferencia del miedo en que, mientras este último se trata de una respuesta emocional vinculada a una amenaza inminente (real o percibida), la primera es la anticipación de una amenaza que no se dibuja claramente en el horizonte. El matiz es importante.
Médicos, psicólogos e investigadores en general tienen claro que la ansiedad es una emoción normal, algo que forma parte del “equipo emocional estándar” de los seres humanos. Desde el punto de vista evolutivo, es un mecanismo psicológico que nos permite adaptarnos al entorno y que incita a las personas a alejarse de lugares peligrosos.
Una de esas cosas que nos mantienen vivos, vamos. La poetisa, activista y divulgadora científica Beatriz Sevilla tiene una de las definiciones de un brote de ansiedad más incisivas que conozco, es «como si me estuviera persiguiendo un tigre, pero sin tigre».
Intuitivamente, es una buena forma de conceptualizarlo. Sobre todo, porque durante la mayor parte de nuestra historia evolutiva el tigre sí estaba ahí. El problema es que, de vez en cuando, sencillamente no estaba. Dicho de otra forma, a veces, estos mecanismos emocionales dejan de ser adaptativos, fallan y se convierten en lo que, hoy por hoy, conocemos como un trastorno de ansiedad.
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