Después de décadas de asumir que el procesamiento del dolor son equivalentes en todos los sexos, los científicos están descubriendo que diferentes vías biológicas pueden producir el fenómeno.
Robert Sorge estaba estudiando el dolor en ratones en 2009, pero fue él quien terminó con un dolor de cabeza.
En la Universidad McGill en Montreal, Canadá, Sorge estaba investigando cómo los animales desarrollan una sensibilidad extrema al tacto. Para probar esta respuesta, Sorge asomó las patas de los ratones que usan pelos finos, unos que normalmente no los molestan. Los machos se comportaron como la literatura científica dijo que lo harían: tiraron de sus patas hasta de los más finos hilos.
Pero las hembras se mantuvieron estoicas ante los suaves golpes y codazos de Sorge. “Simplemente no funcionó en las mujeres”, recuerda Sorge, de la Universidad de Alabama en Birmingham. “No pudimos averiguar por qué”. Sorge y su asesor en la Universidad McGill, el investigador del dolor Jeffrey Mogil, continuaron determinando que este tipo de hipersensibilidad al dolor se debe a vías muy diferentes en ratones machos y hembras, con células inmunitarias distintas. Tipos que contribuyen a la incomodidad.
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