El asma es un enemigo escurridizo. En un momento el paciente disfruta de un paseo a pie o en bicicleta. Respira tranquilo, sus síntomas están bajo control. Al minuto siguiente las cosas cambian. Puede empezar con tos, respiraciones entrecortadas y jadeantes u opresión en pecho y pulmones. Todos son signos reveladores de una crisis asmática.
“El asma puede parecer controlada hasta que el individuo hace ejercicio”, afirmó la enfermera Maureen George, Ph. D, profesora de enfermería de la Columbia University, en New York, Estados Unidos, y portavoz de la Asthma and Allergy Foundation of America (AAFA). Pero eso no significa que deba evitarse el ejercicio, destacó.
De hecho, el ejercicio es una de las mejores formas de reducir los síntomas de asma. Las investigaciones realizadas en las dos últimas décadas han demostrado que la actividad física puede ayudar a mejorar la función pulmonar y aumentar la calidad de vida de las personas con asma.[1]
A medida que mejoran su condición física los pacientes con asma refieren dormir mejor, menores niveles de estrés, mejora en el control del peso y más días sin síntomas. En algunos casos son capaces de reducir las dosis del tratamiento farmacológico.
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